JORGE GÓMEZ NAREDO
Más allá de las mentadas
Emilio González Márquez ya comenzó a cosechar lo que sembró aquella noche etílica en la Expo Guadalajara, cuando en un arranque de alegría y paroxismo espetó a las minorías (es decir, a sus opositores): “¡chinguen a su madre!” Y lo cosechó (vaya ironías del destino) en su tierra natal, la que ama desenfrenadamente: Lagos de Moreno.
No sirvieron los antimotines apostados para contener a los manifestantes: varios laguenses (estudiantes y profesores del Centro Universitario de Lagos y ciudadanos en general) lograron introducirse en las cercanías de la Preparatoria Regional de Lagos, donde González Márquez inauguraría una biblioteca. Los gritos se escucharon nítidamente y nada ni nadie los pudo acallar. Fueron de enojo y de hastío ante un mandatario que ha logrado, en poco tiempo, poner a buena parte de la población jalisciense en su contra. Las pancartas reflejaron hasta dónde ha llegado la irritación a las acciones del gobernador: “Yunquista, eres un asco como persona y gobernador”, “Emilio, vete a gobernar a la chingada”, “Emilio, la tuya. Atte: Los poquitos”, “Los pendejos no van al cielo”, etcétera.
La respuesta de González Márquez a los manifestantes fue torpe: “déjenme dirigir un mensaje a los amigos que han venido a manifestar su justa protesta: respeto y respaldo las protestas de toda la gente que piensa diferente; creo que eso es parte de la democracia y tienen derecho a gritar […] Yo me equivoqué y me vi corriente. ¡No se equivoquen ustedes, no se vean corrientes! Yo estaba en una cena, ustedes están en una casa del saber, en un centro de estudios. Si yo me equivoqué, es decisión de ustedes si se equivocan como yo lo hice en alguna ocasión. Ofrecí disculpas porque lo hice mal; está en ustedes saber si son tan corrientes como yo, o si no llegan a ese nivel”.
Parece ser que el gobernador de Jalisco no ha entendido lo que las manifestaciones buscan y reclaman: no es cuestión de ser o no “corriente”, de decir tal o cual palabra que ofenda la moralidad de las “buenas costumbres”. Lo que verdaderamente se observa en las muestras de inconformidad hacia el mandatario es la crítica a su manera autoritaria de gobernar y al desdén mostrado hacia los opositores. Las protestas no son en contra de las palabras altisonantes o de la utilización de éstas, son en contra del desvío de recursos al Santuario de los Mártires y a las televisoras, de la dilapidación del erario público y del desprecio a quienes critican estas acciones.
González Márquez ha hecho todo lo posible para reñir con sus opositores y sus críticos. Primero adujo que quienes estaban en contra de él eran “minorías”. Es decir, trató despectivamente a todo el que osara no concordar con sus acciones de gobierno. Después, debido al alcohol, a la alegría o a la sinceridad, espetó a esas minorías que le valía madre lo que pensaran y, además, gritando, les dijo: “chinguen a su madre”. Pero la ofensa no fueron las palabras altisonantes ni lo “corriente” que se vio el gobernador, el verdadero agravio fue desdeñar las opiniones de quienes piensan distinto a él y quienes creen que la utilización de recursos públicos para “donarlos” a la Arquidiócesis de Guadalajara (y a las televisoras) es simple y llanamente un desvío de recursos, un delito que, como tal, debe castigarse.
Al terminar su alocución en su terruño, en su amado Lagos de Moreno, González Márquez, entre gritos de los inconformes, dio una especie de cátedra democrática y pidió a los presentes “que entendamos que hay gente que piensa diferente y que los respetemos”. El discurso pronunciado por el mandatario dista mucho de sus acciones y de sus arengas pronunciadas bajo los efectos de unas copas de más. Cuando mencionó que quienes pensaban diferente eran una “minoría”, no entendió ni quiso entender que las minorías también tienen derechos en una democracia y que los gobernantes deben atender a sus planteamientos. Cuando espetó los ya clásicos “me vale madre” y “chinguen a su madre”, simple y llanamente no discernió que los pensamientos diferentes no sólo hay que conocerlos, sino que también, él, como gobernador, tiene la obligación de tomarlos en cuenta.
Aunque se quiera ocultar en las oficinas de gobierno, la inconformidad hacia González Márquez crece día a día. Al lugar a donde vaya, hay manifestantes dispuestos a recordarle que no están conformes con su gestión. La vigilancia en torno al gobernador se ha incrementado: se va asemejando cada día más a Felipe Calderón (que llegó a la presidencia a través de un fraude electoral y, por ende, es un mandatario espurio), quien nunca puede salir de Los Pinos sin sus vallas y sus policías, sin sus retenes y sus operativos de seguridad. ¡Vaya manera de gobernar y de estar en contacto con el pueblo de estos “representantes populares” panistas!
jorge_naredo@yahoo.com