jueves, 30 de octubre de 2008

Discurso del Presidente Legìtimo 30 de Octubre Hemiciclo a Juàrez


Entre las horas de resistencia

Entre las horas de la resistencia

Desde las cuatro de la tarde del miércoles 22 de octubre la gente comenzó a llegar. Se reunía en el célebre Hemiciclo a Juárez. Con gritos de apoyo, aplausos y un intenso ondeo de las banderas, cantaba las canciones, aquellas viejas canciones ya clásicas de la revolución mexicana.

Se acercaba la hora y de las gargantas de las adelitas salían las consignas: “no tenemos miedo, tenemos valor, por eso luchamos con López Obrador”. Desde otro punto de la avenida Juárez retumbaban gritos que exclamaban, que decían: “Este es el pueblo de López Obrador, cuál es el tuyo espurio Calderón”.

La gente leía los carteles que otros llevaban, miraba el gran colorido de las banderas y pancartas que se aglomeraban desde los distintos puntos de un Hemiciclo en su máximo esplendor.

Eran las cuatro con cincuenta minutos, el tiempo transcurría sin detenerse. La gente festejaba, estaba lista para todo lo que pudiera ocurrir, pues sabía que era un momento histórico para el país. Los intelectuales ya estaban preparados. La estatua de uno de los mejores presidentes de México, Benito Juárez García, observaba a su pueblo. Ahí en ese preciso lugar de la avenida, las personas se concentraban, se alistaban para volver a reunirse con su líder, con su gente, con su país.

Entre la multitud se presentarón los poblanos y desde algún lugar salió una voz: “Le hubieran traído un regalito a Calderón”. María Rojo saludaba a la gente y desde la brigada de los estudiantes de la UNAM se escuchaba un mambo con un sabor muy resistente “AMLO, que chido es AMLO, AMLO, que chido es es es”.

El reloj continuaba su marcha, las nubes seguían su camino. La gente, esa gente observaba atenta hacia el templete, en el cual estaban listos brigadistas, diputados, senadores, intelectuales y AMLO que subía rápidamente entre los gritos y las consignas de apoyo. Ascendía con un rostro triste, pues momentos después pidió un minuto de silencio por el diplomático y secretario del Gobierno Legítimo Gustavo Iruegas que había fallecido horas antes de la asamblea. Ese minuto intenso y doloroso, ese minuto de gran tristeza, de sollozos entre la gente y grandes lamentos por el que se fue, por el compañero caído en esta batalla que sigue, que continúa.

La algarabía estaba a todo lo que daba. La asamblea continuó en marcha, como el reloj que seguía contando los minutos y las horas, horas intensas de la resistencia. El recuento: el Embajador Navarrete y el Senador Pablo Gómez hablaron los pendientes de la reforma debatida, se lograron cosas, pero no todo. Andrés Manuel planteó a la gente votar y tomar una decisión sobre el futuro del movimiento: 1) continuar con la resistencia o 2) conformase con la reforma energética avalada y fungir como una lupa ciudadana.

La gente votó, corrió, aceleró el paso. Manifestó su decisión en un voto. Un sufragio que a comparación del 2006, sería democrático y justo. Efectivamente así sucedió, después de algunas horas, se dieron a conocer los resultados: la gente decidió que la resistencia continuaría y se convocó para el jueves a las 7 de la mañana en el mismo lugar.











Y
al siguiente día, después de una noche intensa, las y los brigadistas se concentraron nuevamente en el Hemiciclo a Juárez. Las mujeres estaban más que listas, felices y dispuestas en continuar. El cielo estaba entre el azul y el blanco. Benito Juárez, representado en una estatua y flanqueado por dos ángeles miraba atentamente a la gente lista para proseguir con la resistencia. Y así, marcharon desde la avenida Juárez, dando vuelta por Eje central para después perderse por las múltiples calles que están alrededor de la vieja casona de Xicoténcalt.

Las mujeres igual que los hombres se colocaron en sus posiciones. Cubrieron las calles históricas del centro del corazón del país. Esa ciudad mounstrosa, esa ciudad de los más de ocho millones de habitantes, esa ciudad de gente consciente y pensante. La gente, se plantó, no se movió. El primer enfrentamiento: República de Cuba y Eje Central, en donde la PFP quiso romper el cerco, la gente no se movió. A pesar de los golpes recibidos, se plantó ahí, no se movió y evitó el paso de los camiones que transportaban a los senadores, quienes en punto de las once de la mañana, tenían una cita con la historia, pues aprobarían la reforma energética.

Si, aprobaron la reforma energética, pero no en el edificio de Xiconténcatl, sino en el de Reforma. Lo hicieron a pesar de la gente, que les recordó una y otra vez que estaban equivocados, que eran unos traidores, que no amaban a su país y que jugaban con el futuro de millones de mexicanos. Y no pudieron sesionar en el senado, en el verdadero senado, ese que tiene al verdadero caballito que por momentos estuvo secuestrado como el otro caballito, el de Sebastian que también ese mismo día se encontraba encerrado, atrincherado por decenas de granaderos. Sí, los granaderos que también forman parte del pueblo y que serán afectados aunque en ese momento se encontraran cuidando la integridad de la minoría rapaz, la de unos cuantos que decidían en contra de la voluntad de una gran parte del pueblo organizado.








El domingo 26 de Octubre en punto de las once de la mañana era la nueva cita para reencontrarse con la historia. El pavimento cercano al monumento a la revolución comenzó a cimbrarse. Las personas empezaron a llegar, caminando a paso veloz, desde niños hasta ancianos se concentraron ahí en ese edificio celebre donde se encuentran los restos de personajes que entregaron cuerpo y alma por este país. Personajes como Lázaro Cárdenas del Río que sin duda alguna estaría orgulloso del movimiento que encabeza junto a miles de mexicanos Andrés Manuel López Obrador. El “peje” como lo llaman sus simpatizantes estaba preparado junto a los que en ese momento se congregaban en un día caluroso, lleno de vendedores de paletas, que hicieron su gran Agosto en Octubre.

Ante una plaza inmensa, llena de gente, López Obrador comenzó su discurso. La gente bajó las banderas que en ese momento desplegaban como siempre su colorido y que por el nivel del viento se ondeaban triunfantes entre las cabezas de niños, niñas, jóvenes, adultos y ancianos. AMLO Fue el único que habló, pues tenía muchas cosas que decirle a su pueblo. Quería contarle lo que sucedería, hacerle un recuento de la lucha. Hablo, hablo y no paro de hablar. Tenía el discurso entre sus manos y lo dejo. Se salio de su alocución y como si fuera charla de café, prosiguió la conversación entre familia.

Platicó acerca de los logros de no permitir la privatización expuesta por Felipe Calderón, reconoció a los técnicos e intelectuales y destacó el porque de la campaña en su contra: “Por eso la rabia en contra nuestra. No permitimos el engaño. Se les está cayendo su numerito. Decían que no había privatización, pero no tardaron mucho en enseñar el cobre”.

El mitin continuaba, la gente respondía, era parte del encuentro. Obrador seguía, no dejaba de hablar, su ímpetu era impresionante y la gente, esa gente nunca perdió la atención. El calor de los rayos del sol pegaba en lo más hondo de la multitud. Las banderas se convertían en sombrillas y el comerciante de paletas no dejaba de hacer su Agosto. La gente nunca se fue, espero a pesar de la incandescencia del sol y cuando Andrés Manuel declaró en contra de los medios especialmente de Televisa, un señor con camisa amarilla en representación de la concurrencia grito: “Nosotros vamos contigo Andrés Manuel, nosotros te acompañamos”.

Así entre gritos, aplausos, canciones, marchas y consignas, la resistencia civil pacifica se llevo acabo. Fue una semana intensa, de las que se recordaran por muchos años, pues la gente salió a manifestarse, a dar señales de vida, pues en un país como México es muy difícil que los medios de comunicación le den importancia a miles de mexicanos, que por mucho tiempo salen a las calles para ser escuchados y son vistos como simples fantasmas, nunca aparecen en la tele, no cumplen con los requisitos. No son
“gente bonita”, rubia, blanca y con manicure reciente, tampoco no cumplen con el requisito más importante de todos: son seres pensantes, son seres en contra de sus intereses, los intereses de unos cuántos.

Texto: Zorro Tapatío

Corrección: ::Candelaria:: ::Alejandra::









Ugalde en la FIL

Feria Internacional del Libro en Guadalajara

Domingo 30 de noviembre

Salón 3, planta baja, Expo Guadalajara
20:00 a 20:50
Así lo viví

Autor: Carlos Ugalde
Presenta: el autor
Editorial: Random House Mondadori


A más de dos años de la elección presidencial más competida en la historia reciente de México, el principal responsable de la realización de estos comicios ha decidido contarnos la película completa tal y como la vivió. Relación pormenorizada de hechos, crónica política de un momento crucial, diario de vivencias y reflexiones… todo esto se encuentra en las páginas de este libro, escrito por el ex presidente del IFE.
Sin eludir la autocrítica y buscando la objetividad, evita caer en las acusaciones.
El autor ha comparado este libro con una “caja negra” que contiene la información necesaria para saber lo que ocurrió antes, durante y después del conflicto. Desde esta perspectiva, contamos con un testimonio de primera mano acerca de las formas en que opera la política mexicana y de cómo se comportan nuestros políticos en situaciones límite.
He aquí, pues, la pieza que faltaba para entender por qué estas elecciones de 2006 produjeron una profunda herida a la naciente democracia mexicana y una polarización social, igual de profunda, que seguimos viviendo día a día.

ISA Servicio informativo núm. 567

Ciudad de México, 30 de octubre de 2008
Servicio informativo núm. 567

http://serviciodenoticiasisa.blogspot.com

Sumario:

I. Directamente hacia la crisis, por Rogelio Ramírez de la O

II. Pido discukpas, por Frei Betto

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DIRECTAMENTE HACIA LA CRISIS

por Rogelio Ramírez de la O

(publicado en El Universal el 29 de octubre de 2008)

En 1993-1994, Carlos Salinas y su gabinete negaban que hubiera una crisis o que los Tesobonos, que llegarían a 30 mil millones de dólares, obligarían a su sucesor Ernesto Zedillo a ir a pedir un rescate financiero a Estados Unidos.

Parte de su negación era su teoría equivocada. Según ésta, el déficit externo se ajusta solo y no es un signo de falta de competitividad, sino un signo positivo, de que México es muy atractivo a la inversión extranjera y que, cuando ésta llega, simplemente genera más importaciones.

Ernesto Zedillo, a finales de diciembre, hizo explícita la lección: fue un error haber permitido que el déficit corriente externo se expandiera tanto.

Los más grandes errores de política económica en México, como el de Salinas y el de José López Portillo, siempre se han basado en una teoría incorrecta y no necesariamente en la mala fe. Pero eso no es consuelo para los que sufren las pérdidas; de ahí que nunca los perdonan.

El gobierno de hoy está incurriendo en un error cuando menos de la misma magnitud que el de Salinas. Ha dejado que su gasto corriente explote sobre la base endeble de ingresos petroleros basados en precios altos que será imposible mantener en una recesión o quizá depresión.

Así, el déficit en la cuenta corriente externa se ha escondido detrás del ingreso petrolero. Pero sin considerar el petróleo, el deterioro es visible al aumentar el déficit de 45 mil millones de dólares en 2006 (ya de por sí muy alto) a 68 mil millones en 2008.

Cuando el precio del petróleo llegue a su nivel bajo en este ciclo de recesión, el hueco de ingresos en dólares será tan grande que sólo un milagro evitará la repetición de 1995. Es cierto que por ahora el peso cayó más que nada por influencias externas. Pero, en lugar de que el gobierno tomara esta caída como una advertencia, lo ha tomado a la ligera.

Por ejemplo, como broma de mal gusto, recomienda a los exportadores aprovechar esta paridad para exportar más, cuando el mundo está en recesión.

Una mayor caída del ingreso petrolero golpearía al peso, causaría una grave pérdida del salario real y quiebras de empresas.

Igualmente grave sería el impacto en las cuentas fiscales. Un ingreso petrolero menor en 15 a 30 mil millones de dólares sería imposible de acomodar sin reducir el gasto público en forma draconiana. Cuando hay recesión, retorno de emigrantes, solicitudes de apoyo de deudores y demandas de productores del campo, tan sólo intentar recortar el gasto público va a ser una pesadilla.

Pero, además, el ingreso petrolero tan alto de los últimos años lo ha repartido el gobierno con los estados, muchos de ellos bajo gobiernos del PRI, con lo que ha comprado sus voluntades y una cierta gobernabilidad y apoyo en el Congreso.

Por todo lo anterior es inexplicable que el gobierno no haya recortado su excesivo gasto corriente, el cual aumentó más de 400 mil millones de pesos de 2006 a 2008. Para apreciar esta magnitud, el aumento de recaudación por el IVA en el mismo periodo fue de 80 mil millones y el IETU aportó 50 mil millones.

También es inexplicable que el Ejecutivo diga que “aquí nadie se va a apretar el cinturón”, cuando hay pérdidas en las empresas, caída de remesas y ventas estancadas. El apretón de cinturón para el gobierno debió haber comenzado desde el primer día de su administración.

Aún es tiempo de que el gobierno evite una crisis utilizando todos los medios que tiene a su alcance. Si no lo hace, nadie lo va a perdonar y mucho menos aceptar que la crisis era imposible de prever.

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PIDO DISCULPAS

por Frei Betto, escritor, autor de “Cartas da Prisão” (Agir), entre otros libros

(tomado del Servicio Informativo Alai-amlatina (http://alainet.org)

Estoy gravemente enfermo. Me gustaría manifestar públicamente mis excusas a todos los que confiaron ciegamente en mí. Creyeron en mi presunto poder de multiplicar fortunas. Depositaron en mis manos el fruto de años de trabajo, de economías familiares, el capital de sus emprendimientos.

Pido disculpas a quien mira a sus economías evaporase por las chimeneas virtuales de las bolsas de valores, así como a aquellos que se encuentran asfixiados por la imposibilidad de pagar, los intereses altos, la escasez de crédito, la proximidad de la recesión.

Sé que en las últimas décadas extrapolé mis propios límites. Me convertí en el rey Midas, creé alrededor mío una legión de devotos, como si yo tuviese poderes divinos. Mis apóstoles —los economistas neoliberales— salieron por el mundo a pregonar que la salud financiera de los países estaría tanto mejor cuanto más ellos se arrodillasen a mis pies.

Hice que gobiernos y opinión pública crean que mi éxito sería proporcional a mi libertad. Me desaté de las amarras de la producción y del Estado, de las leyes y de la moralidad. Reduje todos los valores al casino global de las bolsas, transformé el crédito en producto de consumo, convencí a una parte significativa de la humanidad de que yo sería capaz de operar el milagro de hacer brotar dinero del propio dinero, sin el lastre de bienes y servicios.

Abracé la fe de que, frente a las turbulencias, yo sería capaz de autorregularme, como ocurría con la naturaleza antes de que su equilibrio fuera afectado por la acción predatoria de la llamada civilización. Me volví omnipotente, me supuse omnisciente, me impuse al planeta como omnipresente. Me globalicé.

Llegué a no dormir nunca. Si la Bolsa de Tokio callaba por la noche, allá estaba yo eufórico en la de São Paulo; si la de Nueva York cerraba a la baja, yo me recompensaba con el alza de Londres. Mi pregón en Wall Street hizo de su apertura una liturgia televisada para todo el orbe terrestre. Me transformé en la cornucopia de cuya boca muchos creían que habría siempre de chorrear riqueza fácil, inmediata, abundante.

Pido disculpas por haber engañado a tantos en tan poco tiempo; en especial a los economistas que mucho se esforzaron para intentar inmunizarme de las influencias del Estado. Sé que, ahora, sus teorías se derriten como sus acciones, y el estado de depresión en que viven se compara al de los bancos y de las grandes empresas.

Pido disculpas por inducir multitudes a acoger, como santificadas, las palabras de mi sumo pontífice Alan Greenspan, que ocupó la sede financiera durante 19 años. Admito haber incurrido en el pecado mortal de mantener los intereses bajos, inferiores al índice de la inflación, durante largo periodo. Así, se estimuló a millones de usamericanos a la búsqueda de realizar el sueño de la casa propia. Obtuvieron créditos, compraron inmuebles y, debido al aumento de la demanda, elevé los precios y presioné la inflación. Para contenerla, el gobierno subió los intereses... y el no pago se multiplicó como una peste, minando la supuesta solidez del sistema bancario.

Sufrí un colapso. Los paradigmas que me sustentaban fueron engullidos por el imprevisible agujero negro de la falta de crédito. La fuente se secó. Con las sandalias de la humildad en los pies, ruego al Estado que me proteja de un deceso vergonzoso. No puedo soportar la idea de que yo, y no una revolución de izquierda, sea el único responsable por la progresiva estatización del sistema financiero. No puedo imaginarme tutelado por los gobiernos, como en los países socialistas. Justo ahora que los bancos centrales, una institución pública, ganaban autonomía en relación con los gobiernos que los crearon y tomaban asiento en la cena de mis cardenales, ¿qué es lo que veo? Se desmorona toda la cantaleta de que fuera de mí no hay salvación.

Pido disculpas anticipadas por la quiebra que se desencadenará en este mundo globalizado. ¡Adiós al crédito consignado! Los intereses subirán en la proporción de la inseguridad generalizada. Cerrados los grifos del crédito, el consumidor se armará de cautela y las empresas padecerán la sed de capital; obligadas a reducir la producción, harán lo mismo con el número de trabajadores. Países exportadores, como Brasil, tendrán menos clientes del otro lado de la barra; por lo tanto, traerán menos dinero hacia sus arcas internas y necesitarán repensar sus políticas económicas.

Pido disculpas a los contribuyentes de los países ricos que ven cómo sus impuestos sirven de boya de salvación de bancos y financieras, fortuna que debería ser invertida en derechos sociales, preservación ambiental y cultura.

Yo, el mercado, pido disculpas por haber cometido tantos pecados y, ahora, transferir a ustedes el peso de la penitencia. Sé que soy cínico, perverso, ganancioso. Sólo me resta suplicar que el Estado tenga piedad de mí.

No oso pedir perdón a Dios, cuyo lugar pretendí ocupar. Supongo que, a esta hora, Él me mira allá desde la cima con aquella misma sonrisa irónica con que presenció la caída de la Torre de Babel (traducción ALAI).

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