martes, 20 de noviembre de 2007

LA PUTA DE BABILONIA

LA PUTA DE BABILONIA
 
 
El escritor colombiano Fernando Vallejo (Medellín, 1942) no sólo es autor de una original obra narrativa –con novelas como La Virgen de los sicarios (1998) y El desbarrancadero (Premio Rómulo Gallegos 2003) –, también lo es de una serie de libros ensayos sumamente polémicos: Logoi. Una gramática del lenguaje literario (1983), La tautología darwinista (1992), entre otros. En esa línea del ensayo controversial se inscribe su más reciente libro, el recién publicado La puta de Babilonia, una mordaz pero bien fundamentada revisión de la historia de la iglesia Católica, desde sus inicios hasta la actualidad.

Con su conocida irreverencia, ácido sentido del humor y abundante apoyo documental, Vallejo rememora los grandes errores de la iglesia Católica y sus consecuencias: los miles de torturados y asesinados por la Inquisición, el exterminio de los albigenses en el siglo XIII, los saqueos y matanzas durante las cruzadas, las persecuciones a judíos y protestantes, y muchos otros más. A ello suma una interminable galería de personajes (en su opinión) corruptos e inmorales dentro de la Iglesia, incluyendo muchos papas, que llega hasta nuestros días, con los sacerdotes pedófilos de Boston (que ya le han costado a la Iglesia "110 millones de dólares por demandas") y a "los nuevos grandes cazadores de herencias del Opus Dei".

De las más de 300 páginas del libro, seguramente las más trabajadas y rigurosas son las dedicadas al análisis de los textos bíblicos, especialmente los evangelios. Vallejo afirma (confrontado citas y traducciones del griego, latín y arameo) que estos últimos fueron escritos recién en el siglo II y que a lo largo del tiempo han tenido múltiples correcciones y añadidos, por lo que su valor "histórico" es nulo. Por los errores y contradicciones que les encuentra ("no hay peor enemigo de la Biblia que la propia Biblia"), cuestiona el origen divino de los evangelios (de la Biblia en general) y hasta llega a afirmar que " Jesús no existió. Ni en cuerpo y alma según pretenden los evangelistas, ni como espíritu no encarnado…".

Vallejo hace también críticas similares a Lutero y al protestantismo; y a Mahoma, el Corán y el islamismo. Su conclusión, respecto a todas las religiones mencionadas es que "No hay razón para que estos fanatismos monstruosos… perduren un día más. Ha llegado la hora de decirles basta". Tampoco faltan en el libro aquellos temas recurrentes en la narrativa de Vallejo, desde su particular enfoque de problemas como la pobreza y la sobrepoblación mundial; hasta sus opciones sexuales y amor por los animales, los grandes olvidados en los textos sagrados que analiza. La puta de Babilonia (nombre que los albigenses daban a la iglesia Romana, como testimonia el Apocalipsis) es un ensayo ameno y provocador cuya lectura solo disfrutarán plenamente aquellas personas de mente abierta y que valoren más la verdad y la razón que la fe religiosa.
 
Las campanas violentas
 
Por: Pedro Miguel
 
Desde el año 312, los amasiatos de los jerarcas cristianos con el poder terrenal han quedado sellados por el signo de la violencia. En esa fecha, el implacable Constantino ganó batallas inspirado por un célebre delirio en el que se le apareció una cruz en el cielo y una leyenda: Hoc signum vinceras, "con este signo vencerás". Desde entonces, obispos y arzobisos urdieron y acompañaron guerras en las que muchos millones de infelices marchaban a la muerte guiados por el Crismón, estandarte inspirado en el nombre de un pobre judío crucificado tres siglos antes por predicar la paz y la bondad entre los prójimos.
 
Los amos de la Iglesia son pioneros en la conformación de un discurso oficial hipócrita y orwelliano: hacen la guerra en nombre de la paz, predican castidad en el púlpito y fornican o violan atrás del altar mayor, alaban la generosidad y practican la codicia extrema, hablan de comprensión y piedad mientras persiguen con saña a quienes no piensan como ellos.
 
Pero esa hipocresía no alcanza para tapar el deseo de violencia que cunde entre buena parte de los máximos funcionarios del catolicismo mexicano. Hace ya tiempo que andan en el negocio de la provocación y no dudan en convocar a cruzadas contra las campañas de prevención del sida, contra las sociedades de convivencia, contra la despenalización del aborto. En todos esos casos se han quedado con las ganas, porque los fieles no son tontos: tienen claras las diferencias entre un confesor y un ginecólogo, entre un cardenal y un dirigente político, y entre una conferencia episcopal y un órgano legislativo, y hacen muy poco caso, o ninguno, a las arengas de sus mentores espirituales. El deseo revanchista de los dirigentes católicos y su afán de confrontar ha sido frustrado, además, por la coherencia institucional de los actos de modernización social emprendidos en la capital de la República y por la vocación pacifista de un movimiento social de resistencia que no quiere ahorcar curas, sino que se haga justicia y esclarecimiento legal ante la impunidad judicial que disfruta el alto clero, parte integrante de la oligarquía en el poder.
 
La provocación más reciente fue lanzada el domingo, desde el campanario de la Catedral, sobre la concentración lopezobradorista que tenía lugar en el Zócalo capitalino. En tiempos recientes, las autoridades del templo han cancelado varias veces el culto dominical. En ocasión de concentraciones de la coalición Por el Bien de Todos, en julio de 2006, la arquidiócesis "tomó la decisión de suspender la misa ante la concentración prevista a esa hora, por lo que era necesario garantizar la seguridad de las familias que cada domingo asisten a la celebración eucarística". Precisó que la medida no tenía tintes políticos, sino que se adoptaba para evitar que las "muchas personas discapacitadas que asisten a misa de mediodía" se metieran en el tumulto, y resaltó que "ésta no es la primera vez que se suspende dicha celebración religiosa, ya que en otras ocasiones, en las que ha coincidido con algunos festejos como la celebración de las fiestas patrias, se ha llegado a no oficiar misa". (La Razón, 16 de julio de 2006). El domingo ni siquiera era necesario cancelar nada: habría bastado con hacer sonar las campanas en forma mínimamente respetuosa. Pero lo que se escuchó en la plaza no fue "el repique ordinario de la celebración del domingo", sino una irrupción bravucona; no fue un llamado a misa, sino una exhortación a la madriza.
 
¿Por qué ese afán de opacar a golpes de badajo, durante 12 minutos, la voz más íntegra, valerosa y humanitaria que hay en el país, que es la de doña Rosario Ibarra de Piedra? Da la impresión de que algún jerarca soñaba con que la resistencia civil incendiara el templo, o cuando menos descuartizara a algún monaguillo, no para dar carne de cañón a las beatificaciones, sino para conseguir la deseada evidencia de que la Convención Nacional Democrática es una horda de peligrosos delincuentes. Pero en el recinto no hubo linchamientos ni violencia, ni mucho menos "terrorismo", como afirmaron los administradores catedralicios, sino un breve intercambio de mentadas de madre entre la escasa feligresía y el grupito de exaltados (o de infiltrados) que se metió a la iglesia para exigir que se pusiera fin al ruido.
 
De todos modos, el guión siguió su marcha y de inmediato la jauría de "comunicadores" del oficialismo se rasgó las vestiduras y dio curso, ante micrófonos y cámaras y en primeras planas, al escándalo: profanación, sacrilegio, intolerancia, violación a la libertad de culto. El llamado lopezobradorista a defender la industria petrolera de las gulas privatizadoras del régimen fue desplazado como nota central, y en su lugar se ofreció al público el espectáculo inexistente de una grave agresión anticlerical.
 
El incidente obliga a recordar la guerra de decibeles que la presidencia espuria lanzó el 15 de septiembre contra la celebración del Grito de los Libres y el hostigamiento verbal sistemático del gobierno federal contra las autoridades capitalinas: paradoja o no, quien salió parecido a Hugo Chávez en lo pendenciero y picapleitos no fue Andrés Manuel, sino Felipe de Jesús, acompañado ahora en sus tácticas provocadoras por los que tienen el mando de la jerarquía católica.
 
Ojalá que no se sigan equivocando el uno y los otros. Este domingo, la plancha del Zócalo se pobló de gente representativa de la sociedad mexicana, que en su mayoría es creyente y en su mayor parte católica. Y así como este gobierno no va a lograr la legitimidad que le falta con modales de sacalepunta, los jerarcas eclesiásticos que le acompañan no conseguirán arrastrar a la violencia y a la división a una feligresía mucho más apegada que ellos a los valores cristianos, empezando por el del apego a la paz.
 
 

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