Opinión
Jorge Gómez Naredo
¿Por qué la negativa a la consulta pública?
El Occidental
9 de junio de 2008
Felipe Calderón está empecinado en impedir, por todos los medios posibles, una consulta pública para saber qué opina el pueblo de México sobre la reforma energética que presentó a la Cámara de Senadores. Ha dado discursos huecos, hipócritas y cínicos y ha emprendido una andanada mediática contra quienes están a favor de la consulta.
El Gobierno federal y el panismo aducen que la figura de "consulta pública" no se establece claramente en la Carta Magna. Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobierno, afirmó la semana pasada: "es una figura específica que no existe (en la Constitución)"; la secretaria de Energía, Georgina Kessel, adujo que la consulta pública sería ilegal; el coordinador de los senadores panistas, Santiago Creel, indicó: "No estamos de acuerdo en seguir con este engaño, cuyo trasfondo es alargar, dilatar, de tal manera de descarrilar la reforma energética". Germán Martínez, por su parte, con ese paroxismo que lo caracteriza, gritón y prepotente, mencionó que quienes impulsan la consulta pública "lo que buscan es crispar, violentar a la sociedad, detener la modernización, el fortalecimiento de Pemex". ¡Cuánto desconocimiento!, ¡cuántas mentiras!, ¡cuánto argumento antidemocrático!
El Artículo 26 de nuestra Constitución dice: "La ley facultará al Ejecutivo para que establezca los procedimientos de participación y consulta popular en el sistema nacional de planeación democrática, y los criterios para la formulación, instrumentación, control y evaluación del plan y los programas de desarrollo". Por supuesto que la figura de consulta popular existe en la Constitución y por supuesto que si al Ejecutivo le interesara conocer la opinión de los mexicanos, llamaría al pueblo de México para que ejerza una verdadera democracia participativa. Pero Calderón no lo hará. Sabe de antemano, y lo sabe muy bien, que buena parte del pueblo diría no a su reforma energética que busca privatizar Petróleos Mexicanos. Sus campañas mediáticas para convencer a la población no han tenido el éxito esperado.
El panismo -y con él el Gobierno federal- se caracterizan por su hipocresía y por sus mentiras. Felipe Calderón, el miércoles pasado, en el estado de Puebla, acompañado del gobernador Mario Marín (ejemplo de rectitud, de lenguaje impecable y de respeto hacia las y los periodistas), pidió a los mexicanos "que nos apoyen para que podamos fortalecer y modernizar, por ejemplo, a Pemex, para que en lugar de estar perdiendo petróleo, como está perdiendo ahorita, produzca mucho más y esto nos dé a los mexicanos la riqueza que necesitamos para poder pagar las carreteras y las bombas de agua, y las escuelas y las clínicas que necesitamos en Puebla y en todo México". Vaya cinismo: por un lado se le niega al pueblo mexicano una consulta popular y, por el otro, se le pide apoyo.
Siempre, en cada discurso que pronuncia, Calderón repite y repite que Pemex es de todos los mexicanos. Palabras, simples y llanas palabras: ¿si Pemex es de todos los mexicanos, por qué todos los mexicanos no podemos expresar nuestra opinión sobre el destino que debe tener la paraestatal?
Felipe Calderón llegó a la Presidencia de la República a través de un fraude electoral, y arribó con muchas facturas por pagar. Quienes lo llevaron al poder le exigen que privatice Pemex. Y eso es lo que intenta. Por eso, cuando Marcelo Ebrard, retomando una propuesta de Andrés Manuel López Obrador, sugirió hacer una consulta pública, el Gobierno federal, los panistas y todos aquéllos que apoyaron a Felipe Calderón gritaron al unísono que no, que era anticonstitucional, que era inviable y que el pueblo de México, a pesar de ser dueño de Pemex, no tenía ni la inteligencia ni la capacidad de decidir el futuro de la paraestatal. Saben que si se llevara a cabo una consulta, la mayoría de los mexicanos dirían no a la reforma energética calderonista, es decir, dirían no a la privatización. Y sería lo más inteligente.
Calderón y los panistas siempre hablan de democracia y de participación ciudadana. Y cuando tienen la oportunidad de establecer un mecanismo donde el pueblo pueda expresarse y los ciudadanos participen, su negativa es rotunda. No nos engañemos: ellos no son democráticos, ellos, en realidad, son rémoras que impiden a México alcanzar la democracia.
jgnaredo@hotmail.com
El Gobierno federal y el panismo aducen que la figura de "consulta pública" no se establece claramente en la Carta Magna. Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobierno, afirmó la semana pasada: "es una figura específica que no existe (en la Constitución)"; la secretaria de Energía, Georgina Kessel, adujo que la consulta pública sería ilegal; el coordinador de los senadores panistas, Santiago Creel, indicó: "No estamos de acuerdo en seguir con este engaño, cuyo trasfondo es alargar, dilatar, de tal manera de descarrilar la reforma energética". Germán Martínez, por su parte, con ese paroxismo que lo caracteriza, gritón y prepotente, mencionó que quienes impulsan la consulta pública "lo que buscan es crispar, violentar a la sociedad, detener la modernización, el fortalecimiento de Pemex". ¡Cuánto desconocimiento!, ¡cuántas mentiras!, ¡cuánto argumento antidemocrático!
El Artículo 26 de nuestra Constitución dice: "La ley facultará al Ejecutivo para que establezca los procedimientos de participación y consulta popular en el sistema nacional de planeación democrática, y los criterios para la formulación, instrumentación, control y evaluación del plan y los programas de desarrollo". Por supuesto que la figura de consulta popular existe en la Constitución y por supuesto que si al Ejecutivo le interesara conocer la opinión de los mexicanos, llamaría al pueblo de México para que ejerza una verdadera democracia participativa. Pero Calderón no lo hará. Sabe de antemano, y lo sabe muy bien, que buena parte del pueblo diría no a su reforma energética que busca privatizar Petróleos Mexicanos. Sus campañas mediáticas para convencer a la población no han tenido el éxito esperado.
El panismo -y con él el Gobierno federal- se caracterizan por su hipocresía y por sus mentiras. Felipe Calderón, el miércoles pasado, en el estado de Puebla, acompañado del gobernador Mario Marín (ejemplo de rectitud, de lenguaje impecable y de respeto hacia las y los periodistas), pidió a los mexicanos "que nos apoyen para que podamos fortalecer y modernizar, por ejemplo, a Pemex, para que en lugar de estar perdiendo petróleo, como está perdiendo ahorita, produzca mucho más y esto nos dé a los mexicanos la riqueza que necesitamos para poder pagar las carreteras y las bombas de agua, y las escuelas y las clínicas que necesitamos en Puebla y en todo México". Vaya cinismo: por un lado se le niega al pueblo mexicano una consulta popular y, por el otro, se le pide apoyo.
Siempre, en cada discurso que pronuncia, Calderón repite y repite que Pemex es de todos los mexicanos. Palabras, simples y llanas palabras: ¿si Pemex es de todos los mexicanos, por qué todos los mexicanos no podemos expresar nuestra opinión sobre el destino que debe tener la paraestatal?
Felipe Calderón llegó a la Presidencia de la República a través de un fraude electoral, y arribó con muchas facturas por pagar. Quienes lo llevaron al poder le exigen que privatice Pemex. Y eso es lo que intenta. Por eso, cuando Marcelo Ebrard, retomando una propuesta de Andrés Manuel López Obrador, sugirió hacer una consulta pública, el Gobierno federal, los panistas y todos aquéllos que apoyaron a Felipe Calderón gritaron al unísono que no, que era anticonstitucional, que era inviable y que el pueblo de México, a pesar de ser dueño de Pemex, no tenía ni la inteligencia ni la capacidad de decidir el futuro de la paraestatal. Saben que si se llevara a cabo una consulta, la mayoría de los mexicanos dirían no a la reforma energética calderonista, es decir, dirían no a la privatización. Y sería lo más inteligente.
Calderón y los panistas siempre hablan de democracia y de participación ciudadana. Y cuando tienen la oportunidad de establecer un mecanismo donde el pueblo pueda expresarse y los ciudadanos participen, su negativa es rotunda. No nos engañemos: ellos no son democráticos, ellos, en realidad, son rémoras que impiden a México alcanzar la democracia.
jgnaredo@hotmail.com
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