Temacapulín: la lucha de un pueblo
¿Y si se nos muere el pueblo, si desaparece, si realmente se atreven a inundarlo y nos quedamos con nada? ¿Y si la Virgen de los Remedios, a la cual todos los días le rezamos, nos desampara y deja que el gobierno nos venza, nos gane? ¿Y si nos cansamos y no damos la lucha, si nos dividimos o nos dividen, si no logramos defender nuestro pueblo, nuestro patrimonio? Todos los días los habitantes de Temacapulín se hacen estas preguntas. Y se las hacen desde que las autoridades de Jalisco, Guanajuato y el gobierno federal decidieron que su pueblo debería desaparecer para poder edificar la presa El Zapotillo, dizque para el progreso, dizque para que todos vivamos mejor.
Temacapulín
En el municipio de Cañadas de Obregón se encuentra el pueblo de Temacapulín (o Temaca, como todo aquel que lo conoce le nombra). Es pequeño. Tiene una plaza con quiosco y bancas donadas por diversas personas o instituciones. La iglesia fue construida en el siglo XVIII y en su atrio hay árboles. Arboles frondosos. El poblado está rodeado por varios cerros. En uno de ellos se puede leer claramente: “Desde el siglo VI Temacapulín te saluda”. Las casas guardan un equilibrio arquitectónico; las calles empedradas le dan un toque campirano. Es un pueblo atractivo, lindo, bello. Tiene posibilidades de desarrollo turístico porque hay aguas termales, balnearios y hoteles.
Los habitantes de Temaca no son más de 600, pero sólo son los que viven ahí. Porque están también los habitantes de Temaca que no residen en el pueblo. Los que se fueron y se llevaron a su poblado con ellos. Los que lo cuidan desde lejos, los que lo extrañan, los que ningún día dejan de pensar en el regreso, en el ansiado retorno. Temaca es de quienes lo habitan y de quienes lo dejaron para buscar mejores condiciones de vida. Hay gente de Temaca, dice la señora María del Consuelo Carbajal, en California, Chicago, Monterrey, Veracruz, Guadalajara, en todas partes andan los de Temaca.
La migración hacia Estados Unidos es una constante en la mayoría los pueblos del país. La gente se va a buscar mejores condiciones de vida. No hay trabajo ni dinero. El campo no recibe apoyo. Ahora sembrar es una actividad cara y vender lo que se cosecha, un mal negocio. Por eso la gente se va, porque no existe ayuda ni hay interés de las autoridades para mejorar la situación de vida de millones de mexicanos que se dedican al campo. Temaca no es la excepción. La gente migra, se va. Pero se va siempre pensando en regresar; en juntar dinero, mandar dinero, retornar con dinero y vivir en paz y feliz en el pueblo en el cual nació, donde dejó sus recuerdos.
Temaca, pues, es habitado por los que están y por los que no están. Por los que se fueron para regresar y por los que se quedaron para esperar. Como Gabriel Gutiérrez, quien menciona: “tengo veinte años en Monterrey, quizá ya agarré la tonada de allá pero soy de aquí y sigo siendo de aquí, de Temaca”. Sin duda, un pueblo que vive en carne propia las consecuencias de un modelo económico neoliberal.
El conflicto
La gente de Temacapulín está enojada. Y no es para menos. Quieren desaparecer su pueblo. Los gobiernos estatales de Jalisco y Guanajuato y el federal se coordinarán para edificar la presa El Zapotillo, la cual inundará Temaca. Decidieron que los habitantes de dicho pueblo no tendrían decisión. Se irían y ya. Quizá les darían voz para que escogieran el lugar de su reubicación. Pero no más. La presa se construirá para dotar de agua a León o, más específicamente, a las grandes industrias de León. También proporcionará líquido a algunas poblaciones de Los Altos de Jalisco.
En una reunión en Guadalajara el pasado primero de agosto para detallar la construcción de la presa El Zapotillo, en la cual estuvieron presentes los gobernadores de Jalisco, Emilio González Márquez, y de Guanajuato, Juan Manuel Oliva, además del director de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), José Luis Luege Tamargo, hubo sonrisas y apretones de manos, palabras de progreso y de unidad. El mandatario jalisciense adujo: “quien ahora tiene una vivienda no en las mejores condiciones, el compromiso es que en la reubicación pueda tener una mayor calidad de vida”. Por su parte, Luege Tamargo arguyó que “está garantizada la indemnización de la tierra, la construcción de viviendas dignas y los acuerdos absolutamente consensuados con las comunidades que se demuestre necesitan un beneficio directo al ser reubicadas”.
Sin embargo, existe un conflicto: quienes habitan en Temaca no quieren la reubicación porque no desean que su pueblo se muera, que quede inundado. No han sido “consensuados” en ningún momento por autoridad alguna sobre si están o no de acuerdo con que se les reubique. Ellos buscan seguir viviendo donde siempre han vivido, donde vivieron sus padres y sus abuelos, donde tienen sus recuerdos y su patrimonio, donde descansan sus muertos, donde han llorado y reído, donde han sufrido y gozado. Ellos quieren a Temaca y lo quieren donde está, donde siempre ha estado.
Amor y pueblo
Desde que saben las intenciones del gobierno estatal para desaparecer su pueblo, se ha revitalizado el amor al terruño. Temacapulín, para quienes habitan ahí y para quienes lo dejaron pero que piensan regresar algún día, es el ombligo del mundo: el mejor lugar para vivir. Juan Manuel Jiménez Iñiguez nació en la ciudad de México y desde pequeño lo llevaron a Temaca. Y Temaca es su patria. El cuida “unas borregas” y “limpia casas”. Su visión del conflicto es muy particular: “tienen envidia porque este pueblo tiene todos los servicios, tiene mucho turismo. ¿Dónde nos van a hacer casas como ésta, que es antigua?”, menciona al señalar una bella edificación de cantera.
Manuel de Jesús Carbajal, quien atiende el billar del pueblo y se encarga de “la seguridad de la población”, también muestra su arraigo a Temaca. Tuvo que emigrar para trabajar en un lugar con mayores oportunidades. Se fue a Manzanillo. Pero regresó y regresó contento. El pueblo es único: “no digo que vivo como rey pero aquí vivo muy a gusto, en mi pueblo”. Y es que hay una relación estrecha entre Temaca y las personas que lo han habitado. La mayoría de quienes actualmente residen ahí están en contra de que se les eche. No lo quieren porque Temaca es suyo y ellos son de Temaca. Manuel lo expresa nítidamente: “El amor que le tenemos a nuestro pueblo es grande. Nadie vende. No es lo mismo que te lleven a vivir a un rancho a vivir en tu pueblo. Nosotros no vendemos. Y defendemos”.
¿Cómo hacerles entender a las personas que han vivido toda su vida en Temaca que el progreso es necesario y que León y sus industrias precisan sacrificios? ¿Cómo decirle a una señora que nació en Temaca, creció en Temaca, se casó en Temaca, dio a luz en Temaca y quiere morir en Temaca, que de un día para otro no habrá más Temaca? ¿Cómo? Es el caso de María del Consuelo Carbajal, quien ha vivido toda su vida en Temacapulín y no se quiere ir. Está enamorada de su pueblo, vive feliz en él. Y aunque otras ciudades son hermosas y le cuentan sus familiares cómo es Estados Unidos y Monterrey, ella quiere a Temaca y se queda con Temaca. No desea abandonar sus recuerdos, el lugar en donde crecieron sus padres y sus abuelos: “ni porque nos llevaran a un palacio. Nosotros estamos viviendo aquí muy a gusto”.
Los de Temaca aman a su pueblo y ensalzan su belleza. Porque la belleza muchas veces no depende de construcciones arquitectónicas majestuosas, de edificios lujosos, de modernidad y confort. La belleza, fuera de los ámbitos académicos, es un concepto individual arraigado a lo vivido y a lo sentido. J. Guadalupe Sánchez demuestra nítidamente este proceso. Nació en Temaca, no tiene “ni un grado de escuela” y desde pequeño trabaja. Emigró a Estados Unidos y ahí se hizo de “unos centavitos”. Regresó a México y comenzó a trabajar “muy duro” en Guadalajara, donde acumuló “otros centavitos”. Hace algunos años retornó a Temaca. Cumplió su sueño: “A mí me tocó mucha suerte de venirme de vuelta a mi pueblo a morirme”. Para don Guadalupe el lugar donde nació es un paraíso: “¿Quién no se viene a vivir aquí? Qué Tepa ni qué madres de nada. Aquí es una gloria”. Por eso, empuñando las manos, espeta: “inundarlo es una tontera de nuestra nación”.
Primero la reubicación, después el consenso
¿Por qué será que los gobiernos primero deciden y después consensúan? Así sucedió en el caso de la presa El Zapotillo, pues las administraciones panistas de Jalisco, Guanajuato y la federal primero decidieron en sus oficinas lujosas que Temaca sería desaparecido y después avisaron a los pobladores la urgente necesidad de saber su opinión sobre el lugar donde serían reubicados. Nunca fueron a presentarles un proyecto y conocer su parecer. El gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, nunca ha visitado Temaca, pero eso no le impidió aprobar un proyecto que lo desaparece del mapa.
Días antes del 15 de junio de 2008 comenzó a circular en todo el municipio de Cañadas de Obregón un volante con el siguiente texto: “¡Atención a todos los habitantes y propietarios de Temacapulín! El gobierno del estado, a través de la Comisión Estatal del Agua (CEA), los invita a la reunión informativa para conocer las alternativas de ubicación del Nuevo Centro de Población Temacapulín y así determinar el sitio elegido. Te esperamos este domingo 15 de junio a las 12 p.m. en el hotel Temaca. ¡Tu decisión es muy importante!”. Ironía característica de las autoridades panistas: a los habitantes de Temaca se les “consultó” sobre el lugar donde deberán ser reubicados, pero jamás se les preguntó si querían o no ser reubicados.
Juan José Hernández Hernández es dueño de una fonda en Temacapulín: vende lonches, jugos, quesadillas, tacos, etcétera. Está en contra de la presa de El Zapotillo. Menciona que las autoridades, antes del 15 de junio, no habían ido a Temaca para reunirse con los habitantes del pueblo y plantearles si estaban o no de acuerdo en ser reubicados: “el gobierno aquí no viene a decirnos absolutamente nada de cómo vamos a ser afectados”. El desprecio al pueblo duele…, duele mucho. Y las autoridades panistas de Jalisco han despreciado a Temacapulín.
Según el volante repartido por las autoridades estatales, Temaca dejará de ser un pueblo y se convertirá en “Centro de Población”. No entienden que el terruño es un elemento esencial en la cultura mexicana, en la historia de nuestro país. Pertenecer a algo es importante y la mayoría de los mexicanos pertenece, además de a la nación, a su patria chica, al lugar donde nació y creció. Quienes buscan construir la presa e inundar Temaca despreciando a sus habitantes no conocen esa estrecha relación entre los pobladores y su terruño. Y tampoco conocen muchas de las consecuencias cuando, un pueblo herido, un pueblo que quiere seguir viviendo, se despierta y dice no.
Para quienes idearon la presa El Zapotillo, Temaca es un pueblo con gente que migra y que fácilmente puede ser reubicada en las puntas de los cerros. No ven más allá. Sin embargo, para desagrado de las autoridades, los habitantes de Temaca piensan, sienten, saben y se organizan. Quieren a su terruño, la tierra que los mira y que siempre los ha mirado. La lucha que dan es por amor: aman a su pueblo y desean que se mantenga en pie, que no se muera, que no quede sepultado por las aguas que llenarán las tuberías de las industrias leonesas, mientras ellos…, ellos son reubicados en lugar infértil y alejado de sus raíces. Mutilados, pues.
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