Manuel Camacho Solís
7 de abril de 2008
Llegó el momento. Terminaron los rounds de sombra. Felipe Calderón tendrá que decidir si quiere cerrar el capítulo de la reforma energética con una aventura política que magnificará los errores de su estrategia, o reposicionarse abriendo el cauce a un diálogo nacional. ¿Apertura de Pemex al capital externo contra la opinión pública, un movimiento social organizado, un PRI que ya hizo sus cálculos y con un gabinete desacreditado?
Quien conoce los resortes del antiguo régimen sabe, contra lo que declaran todos los días los funcionarios públicos, que está en marcha la alineación de las fuerzas políticas para la batalla que se aproxima. Se une a todas las fuerzas del status quo; mientras que se acorrala a la oposición, de tal manera que cualquier protesta pueda ser rápidamente descalificada y denominada violenta. A pesar de que está probado que, en las circunstancias más difíciles, el movimiento que encabeza AMLO ha sido indudablemente pacífico, ya se habla de amenazas y violencia para justificar la aplicación del código penal.
El plan de guerra está listo. Contra todo lo que han declarado el gobierno y los legisladores del PAN, en días puede haber: iniciativa de reforma; intento de albazo en las cámaras; y un golpe mediático contra la movilización popular. Todavía es posible que intenten romper los eslabones débiles del PRI. Todavía es posible que, con tal de no darle una victoria mayor a AMLO, Felipe Calderón se lance a una aventura política.
¿Por qué Felipe Calderón no aprovecha el momento para destrabar la política y reducir la polarización? ¿Por qué no vuelve a empezar en el tema de la energía, para construir un auténtico rescate de Pemex, que es lo que necesita la economía y aprueba la mayoría de los ciudadanos? ¿Para qué tomar el camino del engaño, el ocultamiento y el uso autoritario del poder, a cambio de una reforma vergonzante que no rescatará a Pemex, pero sí dejará muy lastimado el tejido social y político?
Felipe Calderón tiene en sus manos la llave para la salida digna de todos: aceptar un verdadero diálogo nacional.
Con el apoyo de todos, una comisión independiente del más alto nivel (como se hace con los grandes asuntos en los países escandinavos), podría preparar la agenda y presentar las opciones (de política de energía y sus consecuencias para la estrategia de desarrollo) que dieran sustancia y altura al debate. Con ese apoyo se abrirían las puertas de manera convenida y ordenada para conocer las razones de unos y otros. Los medios otorgarían espacios equivalentes a las posiciones finales de gobierno y oposición. Se organizarían debates cruciales. Se tendría un calendario que rompiera con la lógica perversa de la competencia de 2009 y un plan cuyo objetivo sería esclarecer el debate y construir un clima político incluyente.
El Congreso se enaltecería. Felipe Calderón tendría los márgenes para reestructurar su gabinete y evitar salir con una farsa frente a su derrota estratégica. El PRI habría contribuido a encarrilar el proceso institucional. AMLO y la oposición de izquierda habrían logrado una victoria crucial al defender la Constitución y el petróleo, indispensable para recomponer la participación de la izquierda en el proceso democrático. La apertura comprometería a todos los participantes y permitiría que los acuerdos para fortalecer a Pemex —con inversiones, investigación, tecnología y transparencia— se hicieran de cara a la nación. Se puede.
Miembro de la Dirección Política del Frente Amplio Progresista
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/40216.html
7 de abril de 2008
Llegó el momento. Terminaron los rounds de sombra. Felipe Calderón tendrá que decidir si quiere cerrar el capítulo de la reforma energética con una aventura política que magnificará los errores de su estrategia, o reposicionarse abriendo el cauce a un diálogo nacional. ¿Apertura de Pemex al capital externo contra la opinión pública, un movimiento social organizado, un PRI que ya hizo sus cálculos y con un gabinete desacreditado?
Quien conoce los resortes del antiguo régimen sabe, contra lo que declaran todos los días los funcionarios públicos, que está en marcha la alineación de las fuerzas políticas para la batalla que se aproxima. Se une a todas las fuerzas del status quo; mientras que se acorrala a la oposición, de tal manera que cualquier protesta pueda ser rápidamente descalificada y denominada violenta. A pesar de que está probado que, en las circunstancias más difíciles, el movimiento que encabeza AMLO ha sido indudablemente pacífico, ya se habla de amenazas y violencia para justificar la aplicación del código penal.
El plan de guerra está listo. Contra todo lo que han declarado el gobierno y los legisladores del PAN, en días puede haber: iniciativa de reforma; intento de albazo en las cámaras; y un golpe mediático contra la movilización popular. Todavía es posible que intenten romper los eslabones débiles del PRI. Todavía es posible que, con tal de no darle una victoria mayor a AMLO, Felipe Calderón se lance a una aventura política.
¿Por qué Felipe Calderón no aprovecha el momento para destrabar la política y reducir la polarización? ¿Por qué no vuelve a empezar en el tema de la energía, para construir un auténtico rescate de Pemex, que es lo que necesita la economía y aprueba la mayoría de los ciudadanos? ¿Para qué tomar el camino del engaño, el ocultamiento y el uso autoritario del poder, a cambio de una reforma vergonzante que no rescatará a Pemex, pero sí dejará muy lastimado el tejido social y político?
Felipe Calderón tiene en sus manos la llave para la salida digna de todos: aceptar un verdadero diálogo nacional.
Con el apoyo de todos, una comisión independiente del más alto nivel (como se hace con los grandes asuntos en los países escandinavos), podría preparar la agenda y presentar las opciones (de política de energía y sus consecuencias para la estrategia de desarrollo) que dieran sustancia y altura al debate. Con ese apoyo se abrirían las puertas de manera convenida y ordenada para conocer las razones de unos y otros. Los medios otorgarían espacios equivalentes a las posiciones finales de gobierno y oposición. Se organizarían debates cruciales. Se tendría un calendario que rompiera con la lógica perversa de la competencia de 2009 y un plan cuyo objetivo sería esclarecer el debate y construir un clima político incluyente.
El Congreso se enaltecería. Felipe Calderón tendría los márgenes para reestructurar su gabinete y evitar salir con una farsa frente a su derrota estratégica. El PRI habría contribuido a encarrilar el proceso institucional. AMLO y la oposición de izquierda habrían logrado una victoria crucial al defender la Constitución y el petróleo, indispensable para recomponer la participación de la izquierda en el proceso democrático. La apertura comprometería a todos los participantes y permitiría que los acuerdos para fortalecer a Pemex —con inversiones, investigación, tecnología y transparencia— se hicieran de cara a la nación. Se puede.
Miembro de la Dirección Política del Frente Amplio Progresista
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/40216.html
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