viernes, 2 de marzo de 2007

Carreteras al pasado

Por si quedara alguna duda
de la continuidad en las tendencias que orientan al grupo en el poder
desde hace tres o cuatro sexenios, el actual titular del Ejecutivo,
Felipe Calderón Hinojosa
, dio a conocer ayer un plan para devolver a
manos privadas las carreteras que fueron concesionadas en tiempos del salinato,
llevadas a la bancarrota por la iniciativa privada
y posteriormente, en tiempos de Ernesto Zedillo y de Vicente Fox,
rescatadas y saneadas con dinero público.


Cuando gobernaba el
beneficiario de la "caída del sistema" de 1988, el desmantelamiento del sector
público -carreteras incluidas- se justificaba con los argumentos de que el
Estado es, por naturaleza, un administrador ineficiente y corrupto. Al amparo de
esos razonamientos, y en pleno auge de los postulados neoliberales,
en los
sexenios salinista y zedillista fueron transferidas a inversionistas privados la
mayor parte de las empresas públicas del país -bancos, televisoras, líneas
aéreas, fundidoras, entidades de telecomunicaciones, ingenios, carreteras, los
despojos del sistema ferroviario- y si Pemex y la Comisión Federal de
Electricidad no corrieron la misma suerte ello no fue por falta de voluntad
privatizadora oficial, sino porque la sociedad manifestó, de muchas maneras, su
rotundo rechazo a un disparate semejante.


En la mayoría de los
casos, los bienes nacionales fueron vendidos a precio de ganga, las más
de las veces en el contexto de procesos turbios y casi siempre con
dedicatoria a empresarios afines al pensamiento oficial. Pero
el
desmantelamiento del sector público,
se decía,
elevaría la eficiencia y
la rentabilidad de las entidades desincorporadas, impulsaría bajas de precios al
consumidor, fomentaría la competencia y acabaría con la corrupción en las
administraciones.



Ocurrió, también en la mayor parte de los casos, precisamente lo contrario
.
El ejemplo más exasperante es el de los bancos, que fueron puestos en
manos de individuos inexpertos, ambiciosos y poco escrupulosos que se
concedieron a sí mismos créditos incobrables. La catástrofe financiera de
1994-1995 pilló a los banqueros en una situación insostenible y el Ejecutivo
federal no tuvo mejor ocurrencia, para sortear la situación, que imponer un
"rescate" que significó, en la práctica, el pago de deudas privadas con dineros
públicos y el peor saqueo de cuantos ha padecido el país en toda su historia.


El
"rescate bancario" -legalizado por panistas y priístas en el Congreso de la
Unión
- evidenció, por otra parte, que
la iniciativa privada no es
necesariamente una administradora más eficiente ni menos corrupta que el
gobierno
. Otro tanto ocurrió con las carreteras concesionadas y con los
ingenios azucareros: la iniciativa privada los administró en forma pésima y unas
y otros fueron reabsorbidos, en situación de bancarrota, por el sector público.


Hoy, cuando los dogmas
privatizadores se baten en retirada en la mayor parte del continente, e
l
gobierno calderonista anuncia que las carreteras que quebraron en la década
pasada volverán a ser concesionadas
. El argumento ya no se centra en las
deficiencias administrativas del Estado sino en la falta de dinero:
"el
presupuesto no alcanza".
Alcanzaría, sin duda,
si
la administración pública adoptara una verdadera política de austeridad
-recortando a la mitad, por ejemplo, los salarios de los altos funcionarios- y
si el grupo gobernante estuviera dispuesto a gravar de manera justa la riqueza
extrema y a cobrar los impuestos que los ricos del país no han pagado nunca
;
para hacerse de los recursos que necesita el sector público bastaría, por
ejemplo, con eliminar las insultantes exenciones para las operaciones bursátiles
y los grandes conglomerados de medios electrónicos.


El
único motivo a la vista para esta regresión -hay que preguntarse
en cuánto
tiempo volverá a ser necesario un "rescate carretero"
,
y cuánto va a
costarle la operación a la sociedad-
es el acatamiento irreflexivo de las
recetas emanadas del llamado Consenso de Washington.
Esas recetas ya
arruinaron al país en el pasado reciente, y no hay razón para suponer que su
aplicación reiterada ofrezca una posibilidad de mejoría en el futuro