martes, 25 de diciembre de 2007

la verdad sea dicha de el 25 de dic


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ISA Servicio informativo núm. 301

Ciudad de México, 25 de diciembre de 2007
Servicio informativo núm. 301

http://www.serviciodenoticiasisa.blogspot.com


Sumario:


I. A diez años de la matanza de Acteal, es hora de que se haga justicia a los indígenas, y se les permita un futuro de bienestar y libertad: La verdad sea dicha


II. ¡Me quedé corta!, por Rosario Ibarra



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A DIEZ AÑOS DE LA MATANZA DE ACTEAL, ES HORA DE QUE SE HAGA JUSTICIA A LOS INDÍGENAS, Y SE LES PERMITA UN FUTURO DE BIENESTAR Y LIBERTAD: LA VERDAD SEA DICHA


En el programa La verdad sea dicha de este martes 25 de diciembre, se presentó un reportaje acerca de la matanza de Acteal, sucedida hace diez años en el municipio de Chenalhó, en Chiapas. El reportaje presenta material inédito filmado hace diez en el lugar de los hechos y que contiene testimonios de sobrevivientes a escasas horas de la tragedia. El servicio de noticias ISA reproduce a continuación en palabras lo que en el programa televisivo se relata, sin dejar de recomendar a nuestros lectores el que vean la versión original en la dirección electrónica http://www.laverdadseadicha.org



Locutora: El 22 de diciembre de 1997, fueron asesinados brutalmente 21 mujeres, 16 niños y ocho hombres que rezaban por la paz en Acteal, un paraje pobre de las montañas de Chenalhó. No hay palabras para describir la barbarie que se cometió.


(Imágenes del 23 de diciembre de 1997 registran gráficamente el espacio donde ocurrió la matanza; se ven aún una gran cantidad de restos de ropa y calzado por doquier. El reportero entrevista a varios sobrevivientes).


Entonces, ¿los balazos vinieron de allá y toda la gente estaba reunida aquí?


Aquí estábamos amontonados todos: hombres, mujeres y niños. Nosotros tenemos que huir un poco. Nosotros estamos en total de como 360.


¿Pero aquí como cuántos se quedaron atrapados?


Aquí, como 250.


¿Aquí mismo, en este arroyito? Sí.


¿O sea, estaban todos amontonados?


Sí, pues. Aquí entramos todos, hasta allá abajo.


Locutora: En Acteal se hallaban refugiados cientos de personas que habían huido de sus comunidades por la violencia de los grupos armados priistas que sembraron el terror en los pueblos de Chenalhó contra cualquier disidente. El crimen fue ejecutado por unos 60 a 90 hombres que dispararon durante siete horas sobre 350 indígenas que rezaban dentro de un claro junto a una ermita. Los atacantes eran miembros de grupos paramilitares que fueron armados y protegidos por autoridades estatales y federales.


(Un indígena traduce las palabras de otro que habla en su lengua natal). Estaban en un campamento cerca de la iglesia cuando llegaron a las 10 de la mañana de los grupos priistas. Esa persona estaba en el campamento y donde están orando al señor. Entonces, ya después, cuando llegaron los agresores, entonces los mataron y ya después los llevaron a esa red. Por eso, estaban todos en su campamento de la iglesia y después, cuando llegaron esos agresores, se fueron a esconder a un ladito del templo, como en forma de un arroyito, de una lomita, entonces para esconderlo. Pero entonces, ¿qué va a ser? Que llegaron ahí y entonces más fácil mataron a esa gente.


(Un niño, sobreviviente de la matanza narra la forma en que mataron a sus padres. El indígena traductor relata sus dichos). Cuando llegaron los agresores, salieron abajo de la ermita, o sea, subiéndose abajito de la ermita, unos bajándose en la carretera y tirando muchas balas. Este muchachito se escondió rápido. Dice que cuando vieron que había más muertos, entonces vio que entró otra persona, se dieron cuenta de que había otros vivos y echaron otras balas más para que quedaran bien muertos. Y lo vio este muchachito, lo vio todo lo que pasó porque ahí estaba, pues, escondido. Así pasó, cuando llegaron, ahí estaba, pues, escondido. Lo vio quiénes son.


Locutora: Los refugiados escucharon una gran cantidad de balazos desde varias direcciones; cuando empezaron a caer los primeros heridos, los indígenas corrieron a esconderse en sitios cercanos. La mayoría corrió cañada abajo y se refugió dentro de una pequeña barranca. El ataque sobre la gente indefensa comenzó como a las 10 y media de la mañana. El terror acabó a las cinco y media de la tarde. En todo ese tiempo, ninguna autoridad intervino, pero uno de los hechos más claros de la complicidad oficial con el crimen es que a unos 200 metros del lugar, permanecieron durante el ataque al menos 40 policías de seguridad del estado y, junto con ellos, el general de brigada retirado Julio César Santiago, uno de los principales funcionarios de la policía estatal, así como varios comandantes policiacos. El general admitió ante el Ministerio Público haber permanecido cuatro horas en ese lugar, mientras se producía el ataque y se asesinaba impunemente. Ni siquiera pidió refuerzos.


(Un policía declara a la cámara el 23 de diciembre de 1997). Puras mujeres y niños. Ellas no hablan nunca con nosotros. Como a las dos horas, llegaron tres jóvenes, hombres ya, jóvenes, por aquel lado. Paisano, ¿qué pasó? No, dice, es que nos estaban tirando y nos mataron a unos allá y ahí vienen unos heridos. Luego llegaron heridos, fueron llegando heridos, 17 heridos. Más o menos eran unos siete adultos y diez pequeños. ¿Y muertos, paisano? Dice, no.


(Un miembro de las bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) desmiente la versión del policía sobre los hechos que le tocó atestiguar). En primera vez fuimos cuatro de mis compañeros, de las bases de apoyo. Y fui a pedir permiso con el comandante. Y ahí me dio un clave: Cuando vengas, gritas ¡Cóndor!, me dijo. Subíamos y subíamos con los heridos y veníamos gritando: ¡Cóndor! ¿Pero ustedes subían con los heridos?, ¿la policía subía heridos? (pregunta el reportero). No, la policía ahí están, alrededor de la cancha. Nosotros con mis compañeros fuimos a rescatar a los heridos, y dice la policía que dije que no hay muertos, le dije cuando llegué. ¿Oye, hay muertos? Sí, hay como cien o 50 muertos, le dije.


Locutora: Había otros cien policías y un destacamento militar en las cercanías y tampoco actuaron. Las autoridades estatales y federales fueron informadas y no hicieron nada. Con inexplicable lentitud, llegaron al lugar hasta las 3 o 4 de la madrugada del 23. Funcionarios estatales y federales propiciaron la violencia en Chenalhó y alentaron conflictos intercomunitarios y de tierras para dividir a las comunidades. La autoridad judicial nunca investigó la responsabilidad del gobierno estatal y federal. Durante meses, los medios difundieron las imágenes de la violencia y de los refugiados en ese municipio de Chiapas, pero el gobierno no la detuvo. Al contrario.


(Otro sobreviviente relata). Estamos ahí, en nuestra casa cuando llegó los priistas con sus armas y ahí echaron balazo en la casa.


(Otro más cuenta acerca de los meses anteriores a la matanza, cuando abandonaron su pueblo para refugiarse en Acteal). Desde 21 de septiembre salimos y vinimos, prestando el lugar acá. No tenemos qué comer ya y ya la gente ya quiere morir de hambre.


(Uno más señala).Como nosotros somos pobres, no tenemos algo, no tenemos con qué defendernos, pero los compañeros de los priistas son por parte del gobierno. Pues, hicieron acuerdo de sus presidentes; dicen, pues, no sé. Qué no sé cuántos cienes de armas los trajeron, los repartieron en las comunidades, con eso los están amenazando a las pobres gentes, hombres y mujeres, niños. Sí.


Locutora: La matanza de Acteal fue consecuencia de una política gubernamental para castigar y desarticular a los indígenas de Chenalhó que habían adoptado el camino de construir la autonomía indígena y la resistencia zapatista iniciada en 1994, con la rebelión indígena en Chiapas. Ese “Ya basta” contra la centenaria injusticia, un grito desesperado de los pueblos indios por ser incluidos en el México de hoy. La justicia sigue pendiente. Existen evidencias suficientes para afirmar que en Acteal se cometió un crimen de Estado. Si las Naciones Unidas han reconocido derechos plenos a los pueblos indios, ya es hora de que nuestro país también los reconozca, y haga justicia a los indígenas, y les permita un futuro de bienestar y libertad. Ya es hora.


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¡ME QUEDÉ CORTA!
por Rosario Ibarra
(publicado en El Universal el 25 de diciembre de 2007)


Hace poco, durante la última sesión del Senado, al referirme a esa odiosa ley que se pretende aprobar. Sí, esa monstruosidad que llevaría al marco constitucional toda la ilegalidad que por años hemos sufrido; expresé con vehemencia lo que esas formas de actuar de policías y soldados (“por órdenes superiores”) han hecho al pueblo mexicano.


Hablé también de la anticonstitucional Dirección Federal de Seguridad, la fatídica DFS, y de quienes eran sus sádicos jefes. Torturaban allá por la Circular de Morelia 8 o en “ranchitos” (como decía Nazar Haro.) También en los campos militares, el Número Uno, el de Torreón, al que llamaban La Joya, el de Monterrey, y en todos los lugares en donde detenían “subversivos”, como solían calificar a quienes secuestraban.


¡Y qué decir de las instalaciones militares y de la Armada en Guerrero! Recuerdo los testimonios de lo que solían hacerles en la temida Base Naval de Icacos, en Acapulco, en las cárceles improvisadas en los antiguos talleres de la SAHOP, donde no pocos murieron. Algunos hablaban de la sevicia de Acosta Chaparro y muchos mencionaban la aquiescencia de los “jefes de zona”, que eran “señores generales de alto rango”.


En el Senado no mencioné algunos nombres de jóvenes que murieron an la tortura, como Ignacio Olivares Torres y Salvador Corral García, cuyos cuerpos destrozados fueron tirados como fardos inservibles, el primero en Guadalajara y el segundo en Monterrey, de los que hay fotografías en periódicos de la época, que horrorizaron a quienes los vieron.


En la DFS murió Sofonías González Cabrera, por estallamiento de vísceras, porque lo golpearon hasta que se le fue la vida. Fue testigo, compañero de celda, Domingo Estrada Ramírez, que fue liberado y más tarde emboscado en un pueblo de Guanajuato; lo asesinaron y jamás entregaron el cadáver a su familia, y una hermana de éste está desaparecida desde hace años… alguien la vio en la Base Naval de Icacos, también hace mucho tiempo.


Podría seguir en esta descripción de terror, pero me duele la memoria al hacerlo y, además, a cualquiera se le encrespa la ira al darse cuenta de que el mal gobierno quiere acomodar la ilegalidad en la Constitución para no tener reclamo alguno de lo que han hecho (como los del pasado “tricolor”).


¿Qué enmienda se ha hecho en Atenco? ¿Cuándo pondrán atención en el sufrido pueblo de Oaxaca? ¿Qué va a pasar con las escuelas normales rurales, todos los alumnos serán tratados como los de Ayotzinapa?


¿Y La Parota? ¿Como la Normal, también en Guerrero… y San Luis Potosí, con la amenaza de la tristemente célebre Minera de San Javier? ¿Y Madera, Chihuahua, con otra minera haciendo estragos? ¿Y la ofensa y el daño terrible a la gente de Zimapán con el horrible “basurero tóxico” que ha instalado una empresa española con la anuencia del actual gobierno?


¿Y qué castigo tendrán quienes golpearon a muchas personas, entre ellos menores de edad? ¿Quién dará respuesta a los familiares de los trabajadores de Pemex desaparecidos? ¿Quién investigará la razón por la que Vicente Fox, siendo aún presidente, viajó hasta Cadereyta Jiménez, NL, para “hablar” con uno de los hoy desaparecidos? Y… ¿quién detendrá a quienes amenazan, allanan el domicilio y roban pertenencias del obispo Raúl Vera?... ¡Y se dicen católicos los del “gobierno”!


¿Y lo que nos deben a quienes lloramos la ausencia de nuestros hijos y familiares secuestrados por los matones de los malos gobiernos? Ojalá nunca les toque a ellos, porque entonces sabrán de “el rechinar de dientes y el crujir de huesos”.


Todo lo aquí escrito es apenas una débil muestra de la horrible realidad que este noble pueblo sufrió y sigue sufriendo: aún me he quedado corta…


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