Mexicanos al servicio de Hitler
  
  Los nazis en México
 
Juan Alberto Cedillo
  
  Nuevas y reveladoras evidencias sobre la injerencia del régimen de  Hitler en el país durante los años de la Segunda Guerra Mundial son  aportadas por un trabajo de investigación periodística titulado Los  nazis en México. Escrito por el reportero Juan Alberto Cedillo, es “una  historia de intrigas, espías, políticos corruptos, militares  traidores e intelectuales que no ocultaron su filiación por el régimen de  Hitler” y, más aún, que colaboraron con dicho gobierno en forma  sistemática,
según afirma la editorial Random House Mondadori, que acaba de poner  en circulación el texto, ganador del Primer Premio Debate de Libro  Reportaje 2007. Con el permiso del autor y la editorial, adelantamos aquí  fragmentos sustanciales del capítulo II, titulado Narcotráfico: arma  secreta de los nazis contra Estados Unidos.
En los albores de la Segunda Guerra Mundial el tráfico de opio,  mariguana y heroína hacia los Estados Unidos mantenía niveles estables. Sin  embargo, durante los últimos años de la década de los treinta  registró un auge considerable. (...) los nazis y los japoneses optaron por  “drogar” el sur de esa nación, valiéndose de las rutas abiertas  por los chinos y afianzadas por los mexicanos que incursionaban en el  negocio ilícito.
Los resultados de la injerencia nazi no tardarían en verse; el  Departamento del Tesoro de Estados Unidos, por ejemplo, estimó en 1943 que la  producción de opio mexicano ascendía a 60 toneladas, tres veces más  que en 1942. Pero el aumento de la producción no se limitó a la goma  de opio. El representante del Departamento del Tesoro en México, H.  S. Creighton, destacó “el gran número de decomisos que los aduanales  de Estados Unidos están realizando en la frontera, lo cual significa  un incremento en la disponibilidad de opio y mariguana en México”.  Los agentes antinarcóticos subrayaron, por su parte, que el opio  decomisado en la ciudad de El Paso “era de muy alta calidad”.
Sin lugar a dudas, el boom de la droga fue resultado del trabajo  llevado a cabo por los agentes de la inteligencia nazi y japonesa, cuya  estrategia era utilizar las drogas para “debilitar la moral” de los  soldados y marines que vigilaban las bases navales ubicadas en la costa del  Pacífico. El narcotráfico formaba parte de una operación de mayor  envergadura: sabotear la producción armamentista de la Unión  Americana. Los aliados alemanes en los Estados Unidos robaban piezas  fundamentales para las máquinas, frenando así la industria bélica  estadunidense; hubo casos en los que incluso quemaron y volaron fábricas completas.
La estrategia de los países del Eje fue implementada durante varios  años, de manera lenta, exacta y soterrada. Durante los últimos años de  la década de los treinta inició el trabajo de preparación y en la  antesala de los cuarenta comenzó el flujo de los narcóticos. La prensa  mexicana reportó, hacia los primeros meses de 1939, un incremento en  el tráfico de drogas en la frontera entre México y Estados Unidos,  principalmente en el poblado de Naco, Sonora. El 8 de abril del mismo  año, la primera plana de El Porvenir de Monterrey reportó que “Japón  y Alemania tratan de envenenar con opio a la juventud de los Estados  Unidos. Pasan la droga por nuestro país. Varios contrabandistas han sido  detenidos en los últimos meses en Douglas, Arizona”.
No sólo la prensa mexicana hablaba de lo que estaba pasando. La  “operación secreta” también fue descubierta por las autoridades  mexicanas, en particular por la Procuraduría General de la República (PGR),  que denunció la existencia de “un plan entre Alemania y Japón para  introducir estupefacientes en Estados Unidos con el objetivo de  debilitar a los hombres jóvenes de aquel país”. El cártel nazi fue  identificado, con mayor precisión, por los servicios de inteligencia  estadunidenses, que indicaron que se trataba de “una organización de  sabotaje y espionaje” encabezada por militares y políticos mexicanos;  según estos informes, se buscaba recolectar información sobre los  movimientos militares estadunidenses y sobre los navíos del Golfo de México  y del Pacífico.
Aunque resulta extraño pensarlo, quizá los informes enviados a  Washington por los agentes estadunidenses tengan el mismo valor hoy en día  que cuando fueron redactados. La información referente a quiénes  integraron el primer cártel del narcotráfico y, sobre todo, a cómo era el  modus operandi del mismo, tiene en nuestros días una importancia  extraordinaria, pues hablamos del nacimiento de los cárteles modernos.  Durante la Segunda Guerra Mundial el trabajo de la inteligencia  estadunidense impidió que los alemanes alcanzaran su objetivo; hoy este trabajo  debería ayudarnos a descifrar una de las claves del tráfico de  tóxicos actual: la infiltración de los cárteles en los círculos de alta  política.
Un parte escrito el 7 de enero de 1942 reporta a Washington “la  penetración de fuerzas extranjeras en la política mexicana”. El  documento, enviado por algún miembro de la Inteligencia Naval que se  identifica sólo con las iniciales O.N.I., asegura también que los dirigentes  del grupo que introducía las drogas a los Estados Unidos eran  encabezados por el general Francisco J. Aguilar, militar que durante toda su  carrera realizó actividades de contrabando.
El parte precisaba: “Una organización de espionaje y sabotaje está  trabajando desde hace tiempo para los nazis y japoneses bajo la  dirección del General Francisco Aguilar. Sus principales asistentes son los  líderes de un ilegal tráfico de drogas y de los círculos del  contrabando. Él también controla los espías y agitadores que trabajan para  los grupos nazis y nipones. Encajaron de manera natural en este cuadro,  ya que habían estado en contacto con los agentes germanos desde años  atrás, debido a sus actividades en el tráfico de drogas. Aguilar  parece haber sido preparado para esta tarea durante un largo período”  (…)
Fue durante su segunda estancia como agregado militar en Washington,  hacia 1933, cuando el general inició sus actividades de contrabandista;  era la época de las prohibiciones a las bebidas alcohólicas y al  tabaco (…) Estas actividades fueron denunciadas muchos años después,  ante el presidente Adolfo López Mateos, por uno de los superiores de  Aguilar en la capital estadunidense, el general José Beltrán M., quien  citó los lugares y las fechas en las que se realizaron las operaciones  de compra-venta, así como las entregas y los depósitos.
Entre 1935 y 1938, Aguilar se convirtió en ministro plenipotenciario  de la Embajada Mexicana en Japón. Fue durante estos años en los que el  general estableció vínculos con el gobierno de aquel país, nexos  que posteriormente lo impulsarían a colaborar con los servicios de  inteligencia de los países del Eje.
En el frente político del primer cártel mexicano jugaba un papel  fundamental el que fuera gobernador de San Luis Potosí, Gonzalo N. Santos.  Era este ambicioso político, que los agentes estadunidenses  calificaban de “un reconocido asesino que mató por propia mano a estudiantes  y mujeres”, quien cerraba la pinza que tenía Aguilar en el otro  extremo. También participaba en el cártel (…) Donato Bravo Izquierdo,  exgobernador de Puebla “asociado con el tráfico de drogas desde que  ostentara ese cargo”, según precisa el informe de Washington. Gonzalo  N. Santos y Bravo Izquierdo también habían adquirido una amplia  experiencia para sus actividades ilícitas en los ámbitos diplomático y  legislativo (…)
Los informes enviados a Washington precisan que los tres personajes  “encajaban en el proyecto de introducir drogas a Estados Unidos, ya que  habían estado en contacto con los agentes alemanes y japoneses desde  hacía varios años”. La inteligencia naval incluso aventuraba a  deslindar las actividades de cada uno: mientras Aguilar era la cabeza del  contrabando y N. Santos de las relaciones políticas, Bravo Izquierdo era  el responsable de “lavar” el dinero generado por el comercio de  las drogas. Para llevar a cabo esta labor, el exgobernador de Puebla se  apoyaba en un hombre de origen sirio llamado Habed, “quien por muchos  años ha sido el banquero de toda la actividad del narcotráfico”  (…)
La organización encabezada por el general no sólo traficaba con  drogas. En realidad, el primer cártel mexicano era la red más grande de  espionaje al servicio de los agentes de la Gestapo y de la Abwehr.  Aguilar, N. Santos y Bravo fueron capaces de infiltrar espías hasta en el  equipo del presidente Manuel Ávila Camacho. Esta red era la responsable  de informar sobre las actividades que los agentes de las naciones  aliadas realizaban en nuestro país y de encubrir las acciones de los  espías alemanes y japoneses, sobre todo las referentes al tráfico de  materias primas –las cuales eran enviadas a la industria militar germana  para la fabricación de explosivos– y al comercio de hidrocarburos,  como veremos más adelante.
El primer cártel mexicano incluso preparó planes para, si en  determinado momento así lo requería el conflicto bélico, volar los pozos  petroleros mexicanos. Un informe confidencial entregado al presidente  Lázaro Cárdenas por los servicios de inteligencia destacaba que “el  asunto de un posible saboteo a la producción de petróleo es el más  grave que tienen entre manos”. La advertencia precisaba que los agentes  alemanes incluso contaban entre sus aliados a funcionarios que  trabajaban “en Petróleos Mexicanos, tanto en la administración y en las  refinerías como en los campos mismos. Se encuentran gran número de  empleados y técnicos nazis, cuyas actividades deben ser investigadas”.
Conrad Eckerle, un importante agente nazi que formaba parte del  proyecto del cártel, fue identificado en un informe enviado al Departamento  de Estado como el responsable del centro de operaciones alemán  encargado de narcotizar a los Estados Unidos. El búnker se ubicaba en una casa  comercial llamada La Germania, ubicada en el número 2 de la calle  Ayuntamiento. Eckerle, quien había sido oficial de la armada germana, fue  enviado a México por la embajada nazi en Washington. Su misión  principal, antes de que se le encomendara el tráfico de las drogas, fue  organizar el partido y llevar a cabo trabajos de sabotaje. El grupo  encabezado por Aguilar, N. Santos y Bravo mantuvo siempre un estrecho  contacto con Eckerle.
El modus operandi de la red conformada por los alemanes y los  funcionarios mexicanos fue precisado de la siguiente manera por los agentes del  Departamento de Estado: “Han convertido la venta ilícita de heroína  en una actividad cotidiana. Es traída desde Hamburgo hasta Veracruz a  través del barco de vapor alemán Orinoco. Posteriormente, es enviada  hacia la ciudad de Puebla en automóviles conducidos por mensajeros  personales. Pasa por la ciudad de México, San Luis Potosí y Laredo  (…)”.
El agente antinarcóticos encubierto M. Monroy envió el siguiente  parte a Washington, precisando cómo participaba el gobernador de Veracruz,  Miguel Alemán Valdés, en las actividades del cártel. La  información de Monroy se basaba en los testimonios de uno de sus informantes,  Luis R. León Avendaño, quien había trabajado en la Guardia Costera  mexicana del Océano Atlántico. “En los años de la Segunda Guerra  Mundial, un gran yate privado con bandera estadunidense de nombre Blue Eagle  se conducía de manera sospechosa cerca de Veracruz. El capitán  respondió con evasivas al ser interrogado. Al abordar el yate las  autoridades mexicanas encontraron un cargamento de opio y morfina. Detuvieron al  barco y lo llevaron al puerto. Unas horas después el gobernador de  Veracruz, quien posteriormente sería Presidente de México, Miguel  Alemán, fue a la oficina de la guardia costera y pidió que el barco fuera  devuelto. Se rechazó su petición por no tener autoridad para una  demanda de esa
naturaleza. Dos días después llegaron órdenes desde la ciudad de  México y el barco fue entregado. Continuó su viaje con destino  desconocido”.
Otro de los gobernadores que se benefició del dinero generado por las  drogas fue Maximino Ávila Camacho, entonces mandatario de Puebla y  amigo íntimo de Gonzalo N. Santos (…)
 
 
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