domingo, 14 de septiembre de 2008

Pepe Zamarripa

JORGE GÓMEZ NAREDO

Pepe Zamarripa

Este mundo es muy complejo: un día alguien te manda un correo y te informa de la visita de Andrés Manuel López Obrador a Jalisco y unas horas después, el remitente deja de existir, se va, no vuelve a llamar, no escribe, no te mirará más. Sí, un mundo complejo y caótico, donde se van los que no deberían irse. José Guadalupe Zamarripa murió en la ciudad de México. Con él se fueron sueños, utopías, logros por conquistar.

Conocí a José Zamarripa hace dos años, o tres, no sé exactamente cuándo. Fue en una reunión de simpatizantes de López Obrador, o quizá en una fiesta de ese mismo grupo, o quién sabe, pudo ser que lo haya visto en el plantón en contra del fraude electoral, o muy probablemente en el Zócalo de la ciudad de México durante una de las tres multitudinarias asambleas convocadas por el ex candidato presidencial de la coalición Por el Bien de Todos para exigir un nuevo cómputo de los votos. No recuerdo. La memoria falla de vez en cuando. Se va: no vislumbramos momentos exactos con fechas y horas exactas.

Pepe, como le decían todos, como le decía yo, fue un hombre íntegro. Jamás escuché que alguien se quejara de él por desvío de fondos, porque fuera un político fantoche, porque se quedara de ver en restaurantes lujosos con “gente bien”, porque no se careara con la gente, con la base. Nunca. Era un hombre honrado, honesto y humilde, cualidades que escasean en la elite política mexicana. Su labor inicial en Jalisco se veía titánica: obtener el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en una entidad dominada por la reacción, el PAN, la Iglesia y la derecha (perdón por el pleonasmo). No lo logró, pero logró más de lo que se esperaba.

Después del fraude electoral y de la lucha por el respeto a elecciones limpias y creíbles, sintetizada en la frase “voto por voto / casilla por casilla”, Pepe se quedó en Jalisco para coordinar todo lo relativo al recién nacido gobierno legítimo. Tenía experiencia: había sido secretario técnico del PRD nacional durante la gestión de López Obrador y jefe de asesores del Gobierno del DF. Su tarea se veía difícil, intrincada. Tuvo que luchar con la apatía de los jaliscienses, con los ataques de la Iglesia y del gobierno panista, con un PRD local dominado por un grupo totalmente alejado de los principios básicos de la izquierda, con la falta de recursos, con los egos de muchos líderes sociales, con los modos de otros, con las divisiones y los protagonismos, con las quejas y las críticas, con la necesidad de ir más allá, de organizar, estructurar, sostener y mantener. Y se quedó aquí, en Jalisco, y día a día enfrentó los problemas cotidianos.

Pepe era una pieza clave de Andrés Manuel López Obrador. El tabasqueño sabía que él era la persona indicada para estar aquí: no era un político superfluo, su vida se la había dedicado a las luchas de izquierda y podía ir y venir del DF a Guadalajara sin ataduras que lo amarraran; era hombre culto, sabía lidiar con las personas y comprendía claramente las situaciones política y social del país. Hizo lo que pudo, lo humanamente posible.

La muerte de Pepe causó estupor. No se esperaba. Un ataque al corazón nunca se espera, nunca se prevé, nunca se imagina. El lunes y martes aparecieron esquelas en varios diarios a nivel nacional: el gobierno legítimo, el PRD nacional y del DF, el Gobierno del DF, los grupos parlamentarios perredistas del estado de México, de las cámaras de Senadores y Diputados y de la Asamblea Legislativa, todos mencionaban el dolor y expresaban su admiración por Pepe, el luchador social y el hombre comprometido. Es una verdadera lástima que el PRD local no haya dicho nada, no haya hecho nada, no haya expresado nada. Ojalá un día, quienes actualmente dirigen ese organismo que se dice de izquierda, aprendan aunque sea un poquito del compromiso que Pepe tuvo con las causas de los más pobres, de los humildes, de los que han quedado fuera de los discursos.

Pepe se llenó de trabajo, y con el trabajo, de presiones. Fue reservado y eso impidió que muchos conociéramos sus problemas de salud. Su vida se la dio a la organización y muchos, como yo, no vimos lo pesado que era, no observamos las dimensiones de las labores realizadas. No podemos regresar el tiempo y decirle a Pepe: “tómate un tiempo, carga energías, cuídate”. Duele su partida, duele que no esté aquí. Y mucho dolor hay en la ausencia de sus palabras.

Los días pasan, las semanas se van, los meses desaparecen, y así los recuerdos suelen perderse, diluirse. No sé si un día los jaliscienses que conocieron a Pepe lo olviden. Yo apuesto a que no, a que se mantendrá su efigie. Quizá no con actos rimbombantes de condolencias y aniversarios luctuosos, sino en el día a día. Porque Pepe enseñó eso: el día a día, el caminar luchando, el caminar para que un día las cosas sean mejores y exista una sociedad más justa y más equitativa. Sí, eso nos dejó Pepe: nos enseñó a ser tercos, a estar organizados, a seguir luchando por las causas que muchos ven perdidas. Nos enseñó que construir un mundo mejor no es cosa de días, sino de estar, siempre, luchando. Y nos enseñó también a cantar la alegría, a cantar la resistencia, a cantar la dignidad. Y así, nos enseñó a cantar con Benedetti: “cantamos porque el niño y porque todo / y porque algún futuro y porque el pueblo / cantamos porque los sobrevivientes / y nuestros muertos quieren que cantemos // cantamos porque el grito no es bastante / y no es bastante el llanto ni la bronca / cantamos porque creemos en la gente / y porque venceremos la derrota”.

jorge_naredo@yahoo.com

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