miércoles, 5 de marzo de 2008

Huelga UAM

Opiniones
Huelga en la UAM

Por: GILBERTO RINCÓN GALLARDO
Publicado el: 2008-03-05



La Universidad Autónoma Metropolitana es una institución discreta: de alto nivel educativo, con excelentes especialidades de licenciatura y posgrado y con un ritmo de trabajo dinámico y bien planeado.
La UAM es parte del paisaje académico y cultural no sólo de la zona metropolitana de la Ciudad de México sino del país en su conjunto. Lo que se pierde vista a veces es que su equipo de profesores-investigadores de carrera constituye el tercer grupo de investigadores científicos y humanistas del país, y que entre sus más de 45 mil estudiantes se cuentan algunos de los más pobres y marginados del Valle de México.
Porque la UAM es un baluarte de la educación pública que, pese a sus problemas históricos que ahora reaparecen, ha logrado consolidar un equilibrio entre la calidad académica, la integración de sectores económicamente rezagados y las aportaciones al desarrollo del país.
Ahora todo ello vuelve a estar en riesgo. El Sindicato Independiente de Trabajadores de la UAM (SITUAM) mantiene cerrada a la institución desde hace más de un mes, por razón de una revisión contractual y salarial que ha salido de sus límites lógicos.
Como ya ha sido señalado por comentaristas acreditados e insospechables de conservadurismo, como Miguel Ángel Granados Chapa, el SITUAM mantiene un pliego petitorio imposible de resolver en el contexto de la propia universidad, pues sus demandas van más allá de lo que razonablemente podría obtenerse en una negociación contractual.
Habría que recordar que la oferta de aumento salarial que hizo la universidad, de un 4.5 por ciento, más poco más de un punto adicional en prestaciones, es prácticamente idéntica a la que aceptaron otros sindicatos universitarios en las mismas fechas del estallido de la huelga.
Desde luego que la legitimidad de las demandas de los trabajadores por obtener mejores condiciones de trabajo y de vida no debe ser considerada como algo menor, pero flaco favor se le hace a estas demandas cuando lo que se pone en riesgo es la viabilidad y estructura de la institución misma.
No puede dejar de decirse que el conflicto laboral de la UAM ha sido desfigurado por movimientos de tipo político. Ya en dos ocasiones se han registrado agresiones durante las sesiones de negociación, primero verbales y luego físicas, contra la representación de la universidad, e incluso contra algunos líderes sindicales.
Grupos de sedicentes estudiantes, aliados con algunos sectores del propio sindicato, han reventado por esta vía de la intimidación y la violencia el ambiente de diálogo cuando éste ha existido.
Como la propia UAM lo ha demandado, el sindicato está ahora obligado a deslindarse con claridad de estos actos de presión inaceptable, que sólo dilatan la solución del problema y generan espacios de intolerancia y fascismo en una institución que ha de definirse por los valores de pluralismo, tolerancia y diálogo razonado.
La estrategia de empujar un supuesto proceso revolucionario a través del ataque a las instituciones de educación superior no es nueva en México. Aunque fueron siempre actos de una minoría, sus resultados nocivos en la educación pública ya son graves y muy conocidos para nosotros.
Son experiencias como la de los "enfermos" de Sinaloa o la de la huelga de 1999 de la UNAM, que la UAM no tiene por qué padecer.
El propio SITUAM, ahora dividido respecto de la aceptación de estos grupos extremistas, debería poner por delante su compromiso con su propia casa de trabajo.
Las autoridades de la UAM, por su parte, deben mantener su disposición al diálogo y a revisar todas las posibles combinaciones de recursos que aporten una vía novedosa de respuesta para las demandas laborales del sindicato.
Aunque es perfectamente legítimo el proyecto político de atajar lo que se entiende como neoliberalismo, este proyecto tiene su espacio en la democracia representativa y no en el seno de instituciones cuyos fines representan un bien público de primer orden.
Atacar a la educación pública con el pretexto de la justicia social conduce siempre, y eso lo sabemos en carne propia, a dañarla de manera muy severa.

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