Editorial
La España bipartidista
En las elecciones realizadas ayer en España la sorpresa, si hubo alguna, fue el crecimiento del bando perdedor, el Partido Popular (PP), que pese a la derrota logró un crecimiento en el número de sus diputados (de 148 a 154), no obstante que en los últimos sondeos previos a los comicios, su desventaja frente al gobernante Partido Socialista Obrero Español (PSOE) parecía mucho más abultada.
Debe destacarse el magno corrimiento a ese centro bipartidista PSOE-PP que causó un severo quebranto electoral a los nacionalismos moderados: el de Convergencia i Uniò (CiU) en Cataluña, y el del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en Euskadi, regiones ambas en las que el PSOE superó por amplio margen a las formaciones que detentan los gobiernos autonómicos locales. En el caso del País Vasco, la caída de los partidos nacionalistas –moderados y radicales– parece haber sido impulsada por la muerte del ex concejal socialista Isaías Carrasco, asesinado por ETA el viernes en Mondragón, Guipúzcoa, pero también por la proscripción de formaciones independentistas que, por añadidura, generó en el País Vasco índices de abstención mucho más elevados que en el resto de España.
Muy significativo resulta también el arrasamiento de Izquierda Unida (IU) y Esquerra Republicana, únicas formaciones con representación nacional que reivindican en sus documentos oficiales el fin de la monarquía y que expresan discordancias significativas ante las políticas de Estado que comparten PP y PSOE.
Socialistas y populares mantienen una clara confrontación en temas sociales y culturales, terrenos en los que el partido del derrotado Mariano Rajoy ha ido experimentando una regresión del centro derecha a la franca reacción ultramontana. En política interior, y particularmente en las actitudes hacia los nacionalismos –parlamentarios o armados–, el PP ha logrado, pese a su aislamiento legislativo y en colaboración paradójica con ETA, imponer actitudes de cerrazón e intolerancia al resto de los institutos políticos. En política exterior, el gran desacuerdo –y prácticamente el único– entre los partidos hegemónicos sigue siendo la guerra de Irak, aventura criminal y sangrienta emprendida por George W. Bush a la que José María Aznar unció a España. Pero ante los procesos políticos latinoamericanos, socialistas y populares mantienen una férrea uniformidad: defensa a ultranza de los intereses empresariales españoles, por vías legales o al margen de ellas, y alianzas estratégicas hasta ahora inquebrantables con los sectores oligárquicos que en este hemisferio pugnan por entregar territorios, mercados y recursos naturales a las trasnacionales de capital mayoritariamente ibérico.
En las elecciones de ayer, en suma, España perdió pluralidad política y reforzó un bipartidismo que se articula en torno de algunas posturas de gobierno deplorables y que en otros ámbitos mantiene intacta la vieja fractura ideológica, política y social entre “las dos Españas”: la autoritaria, primitiva y clerical, por un lado, y la moderna, tolerante y progresista por el otro.
http://www.jornada.unam.mx/2008/03/10/index.php?section=opinion&article=002a1edi
La España bipartidista
En las elecciones realizadas ayer en España la sorpresa, si hubo alguna, fue el crecimiento del bando perdedor, el Partido Popular (PP), que pese a la derrota logró un crecimiento en el número de sus diputados (de 148 a 154), no obstante que en los últimos sondeos previos a los comicios, su desventaja frente al gobernante Partido Socialista Obrero Español (PSOE) parecía mucho más abultada.
Debe destacarse el magno corrimiento a ese centro bipartidista PSOE-PP que causó un severo quebranto electoral a los nacionalismos moderados: el de Convergencia i Uniò (CiU) en Cataluña, y el del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en Euskadi, regiones ambas en las que el PSOE superó por amplio margen a las formaciones que detentan los gobiernos autonómicos locales. En el caso del País Vasco, la caída de los partidos nacionalistas –moderados y radicales– parece haber sido impulsada por la muerte del ex concejal socialista Isaías Carrasco, asesinado por ETA el viernes en Mondragón, Guipúzcoa, pero también por la proscripción de formaciones independentistas que, por añadidura, generó en el País Vasco índices de abstención mucho más elevados que en el resto de España.
Muy significativo resulta también el arrasamiento de Izquierda Unida (IU) y Esquerra Republicana, únicas formaciones con representación nacional que reivindican en sus documentos oficiales el fin de la monarquía y que expresan discordancias significativas ante las políticas de Estado que comparten PP y PSOE.
Socialistas y populares mantienen una clara confrontación en temas sociales y culturales, terrenos en los que el partido del derrotado Mariano Rajoy ha ido experimentando una regresión del centro derecha a la franca reacción ultramontana. En política interior, y particularmente en las actitudes hacia los nacionalismos –parlamentarios o armados–, el PP ha logrado, pese a su aislamiento legislativo y en colaboración paradójica con ETA, imponer actitudes de cerrazón e intolerancia al resto de los institutos políticos. En política exterior, el gran desacuerdo –y prácticamente el único– entre los partidos hegemónicos sigue siendo la guerra de Irak, aventura criminal y sangrienta emprendida por George W. Bush a la que José María Aznar unció a España. Pero ante los procesos políticos latinoamericanos, socialistas y populares mantienen una férrea uniformidad: defensa a ultranza de los intereses empresariales españoles, por vías legales o al margen de ellas, y alianzas estratégicas hasta ahora inquebrantables con los sectores oligárquicos que en este hemisferio pugnan por entregar territorios, mercados y recursos naturales a las trasnacionales de capital mayoritariamente ibérico.
En las elecciones de ayer, en suma, España perdió pluralidad política y reforzó un bipartidismo que se articula en torno de algunas posturas de gobierno deplorables y que en otros ámbitos mantiene intacta la vieja fractura ideológica, política y social entre “las dos Españas”: la autoritaria, primitiva y clerical, por un lado, y la moderna, tolerante y progresista por el otro.
http://www.jornada.unam.mx/2008/03/10/index.php?section=opinion&article=002a1edi
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